Cuanto más me lo planteo, más me convenzo de que el
principal problema que tiene la sociedad española es la falta de educación de
los ciudadanos. Y no me estoy refiriendo a la formación o los conocimientos ( eso lo dejo para otra
mejor ocasión) , ni entraré en polémicas sobre la calidad de las universidades
ni el sistema educativo en general. Por educación me refiero a cortesía.
Existe tal falta de educación en nuestra sociedad que ese concepto, en sí mismo,
se ha convertido en algo tabú. Los buenos modales, las buenas maneras, la
urbanidad, la cortesía, han pasado a ser sinónimo de lo antiguo, de oscurantismo,
de represión, cuando no de cursilería. Como si el actuar de forma que se cause
el mínimo trastorno innecesario a los demás fuera algo malo.
A eso hay que añadir el gusto por el exceso que tenemos los
españoles. En cualquier asunto que nos ocupe tendemos a pasarnos tres pueblos o
a quedarnos cortos, sin que el concepto budista del “de nada demasiado” parezca que haya
calado demasiado por estos lares.
En el aspecto jurídico, lo que es mi ámbito laboral, la la mala educación se une la confusión
acerca del contenido y significado de los derechos. Establece nuestro Código
Civil, auténtica base del Ordenamiento Jurídico, que los derechos deberán
ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe, concepto extremadamente confuso
en estos días que nos ha tocado vivir y que habitualmente se identifica con el tradicional método del ancho del embudo.
Pongamos un ejemplo: Todos hemos sufrido al clásico
familiar, vecino o conocido que sin ser preguntado al respecto, te regala su
opinión sobre lo mal que estás criando a tus hijos, lo fea que es tu casa, el
coche tan cutre que tienes o el modo correcto de hacer tu trabajo. Cuando le
haces ver, de forma cortés por supuesto, la escasa estima que te merece su
opinión y lo inapropiado de meterse en la vida de los demás, muy ofendido te
espetará aquello de que estamos en un país libre y que sólo ejerce su derecho a
la libertad de expresión.
Mejor dejarlo ahí, porque jamás comprenderá que la libertad
de expresión es un derecho que tiene frente al Estado, no frente a ti. Que si
lo desea, puede escribir un libro sobre el tema, fundar un blog o enviar cartas
al director de todos los periódicos, sin que el gobierno pueda censurarlo, pero
que no puede obligarte a ti a aguantar sus tonterías. Que una opinión no
solicitada sobre un asunto personal, meterse en la vida de los demás, está feo.
Y no lo entenderá porque adolece de una lamentable falta de educación.
Dejaré, también para mejor ocasión lo que opino sobre las
personas que sistemáticamente llegan tarde a sus citas, con una manifiesta
falta de educación y de respeto hacia la persona que la espera, porque al final la mala educación no
es ni más ni menos que eso, una muestra de la falta de respeto que tenemos
hacia nuestros prójimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario