Recuerdo que cuando yo era pequeña ( no hace tanto tiempo) los veranos eran muy distintos.
Cuando yo era pequeña iba a un colegio en el barrio de Salamanca, la ubicación tiene su relevancia si tenemos en cuenta que debido a ella ninguna de mis compañeras de cole tenían tampoco piscina en casa, lo que nos obligaba a pasar la calima estival de junio y julio o en la Club Apóstol Santiago ( el único club del planeta con separación de piscinas por sexos, lo cual puede parecer a priori algo opusino, pero os aseguro que cuando comienzas a ser adolescente y tus atributos femeninos llaman poderosamente la atención agradeces enormemete que el salido púber de la tumbona de al lado no se descoyunte el cuello mirando tu delantera,lo que ha sido bastante frecuente a lo largo de mi corta pero intensa existencia) o en el club deportivo que dirigía mi padre.
Posteriormente me cambié a los jesuitas, en Chamartín, zona más nueva y dónde ya comenzaron las tardes de gorroneo piscinero en casas de compis. Recuerdo salir a las 4 de la tarde y que los termómetros callejeros recalentados por el sol sobrepasasen ineludiblemente los 40 grados, que del ardiente asfalto saliera humo y pensaras que te ibas a quedar fundida en él mientras esperaba el autobús.
Recuerdo el primer aire acondicionado que se puso en mi casa, un aparato como un tráiler en medio del pasillo, que hacia un ruido infernal, y que solo encendíamos determinadas horas al día, abriendo solo las puertas de las habitaciones para que se enfriaran y pudiéramos dormir, ya que de otra forma los 35 grados nocturnos se te pegaban como una lapa al cuerpo y tenías ganas de raparte la cabeza tipo monje shaolin para dejar de sudar por el cuello, recuerdo a mi hermano tirado en medio del pasillo para que le diera mejor el aire...
Recuerdo que cuando comencé la universidad y tuve los primeros suspensos de mi vida supe lo que era Madrid en Agosto, dado que hasta entonces impepinablemente pasaba el mes vacacional por excelencia en la playa, recuerdo las tardes de estudio con las ventanas bajadas hasta las 8 como si fuera la casa de "Los Otros" para no morir asfixiada, y las quedadas con el resto de estudiantes a partir de las 10, hora en la que la ciudad comenzaba a bullir de nuevo, llenándose las terrazas de cateadores sin padres que bailábamos hasta el amanecer la canción más hortera del verano.
Recuerdo que si quedabas antes de la hora bruja la ciudad era un secarral, un desierto al más puro estilo western, recuerdo ir al cine a la Gran Vía y aparcar en la misma puerta, recuerdo todas las tiendas cerradas, los restaurantes vacíos, las calles sin coches...
Ayer era 4 de agosto, a las 3 de la tarde la temperatura a duras penas superaba los 30 grados ( a pesar del cambio climático hace tiempo que no recuerdo superar los 40 grados en la capital) el aire acondicionado de mi coche, al igual que el de mi oficina enfría sin ningún tipo de ruido el ambiente y me encontraba atascada en plena M30, y yo no dejo de recordar...
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