La aventura comienza con un coche abarrotado hasta los topes, tras casi media hora intentando cerrar los portaesquies y sin mucha certeza de que no salgan volando en la primera curva, y tres niños peleándose y preguntando si queda mucho desde que abandonamos Madrid rumbo a Huesca, el destino de esquí más cercano que he encontrado porque aguantarlos más de 4 horas en el coche ya es digno de desbancar a ese tal Job.
Una vez en el apartamento comprobamos que es un ático precioso, súper acogedor, exactamente como lo habían descrito en internet.. solo que se les había olvidado un pequeño detalle sin importancia... es un quinto sin ascensor¡¡¡ que si fuéramos a tomar el sol y lleváramos dos tangas en un maletín pues mira, somos sanos y fuertes, pero teniendo en cuenta que llevamos el coche como los gitanos, con varios pares de botas, esquíes, abrigos, monos, guantes, cascos y jerséis como para montar un mercadillo la perspectiva de pasarnos el fin de semana como sherpas escalera arriba y abajo no te hace muy feliz.
Una vez acoplado te das cuenta que en el acogedor apartamento llevan sin poner la calefacción desde la temporada pasada posiblemente, con lo cual cuando se te pasa el calentón de subir doscientas veces las escaleras , sacas los cuatro forros polares que llevas en la maleta y te metes en la cama debajo de todas las mantas que encuentres por los armarios, por muy mugrientas que estén ( que creedme, lo están¡)
Después de amanecer a las 7 de la mañana para poder aparcar en un sitio decente y no tener que recorrer diez kilómetros de parking esquíes a cuestas ( dos pares mínimo: los tuyos y los de algún enano) por fin te montas en el telesilla, una hora después de haber solucionado toda la intendencia de comprar forfaits, contratar clases, alquilar material, abrochar botas, poner cascos, gafas, guantes y notas por fin esa inenarrable y única sensación de sentir el frio viento en la cara, que comienza a ser vendaval helado a medida que asciendes y termina siendo tormenta de hielo y nieve que te destroza la cara cuando estas llegando, justo en el momento en que se para el remonte y te deja veinte minutos colgado sintiendo como la piel se te acartona y dejas de sentir varias partes de tu cuerpo.
Y llegas pro fin a la cima, en ese momento en el que bajas feliz cual perdiz marcando tu estela en la blanca nieve y te adelanta un loco a toda velocidad que casi te hace besar de morros esa blanca e idílica capa y se estampa cual dibujo animado metiéndose por nieve virgen diez metros mas adelante y al acercarte compruebas que el aprendiz de Tomba es tu hijo mayor, que en su inconsciencia juvenil tiene más peligro que una caja de bombas encima de unos esquíes.
Realmente y a pesar de todo esto hay muy pocas cosas en este mundo que sean mas placenteras que un viaje de esquí en familia¡¡¡¡
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