Confieso que veo poco la televisión.
Cualquier libro, por aburrido que sea me resulta más interesante que esa sucesión de anuncios entre la que se intercala algún programa de mediocre calidad salvo honrosas y escasas excepciones.
Pero el lunes, dado que llevaba un tiempo desconectada del mundo informativo estaba viendo las noticias, cuando salió un señor muy repeinado, que resultó ser el presidente de un conocido club de fútbol amén de un chorizo de tomo y lomo ( no lo digo yo, sino el Tribunal Supremo, que acaba de condenarle a 7 años de cárcel por varios delitos de malversación, prevaricación, desviación de fondos públicos y alguna que otra cosilla más)
Pues dado que las estresadisimas responsabilidades de presidente del club no deben ser muy compatibles con estar en la trena y el traje a rayas no debe ser muy televisivo a la hora de salir sonriente en el palco, el personaje en cuestión iba a presentar su dimisión como tal, y acudía a la rueda de prensa de su adiós entre vítores y aplausos como si de un emperador triunfante retornando de sus épicas batallas se tratara.
El ladrón en cuestión ( omito intencionadamente el irónico "presunto" dado que la sentencia es firme y entiendo que las pruebas del Supremo serían contundentes a la vista del ejército de hábiles abogados que tendría el palomo) lloraba amargamente... no por haber robado, estafado y desviado dinero de los contribuyentes, no señor, sino porque le habían pillado y el daño que le había hecho a los socios del sevillano club le llegaba al alma ( el daño al resto de ciudadanitos a los que había choriceado obviamente no le quitaban el sueño)
Ante esta muestra de sufrido sevillismo la multitud enaltecida redoblaba sus aplausos y vítores ante mis nauseas por este país en el que seguimos aclamando como héroes a toda clase de ladrones, sinvergüenzas, estafadores y demás gentuza. Así nos va.
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