lunes, 9 de diciembre de 2013

RELEER

 Hay ciudades que se disfrutan más la segunda vez que las visitas, sin la urgencia de dejarte sin ver ni uno de sus rincones y pudiendo pasear sin prisa por sus calles ya conocidas; hay comidas que se saborean mejor al día siguiente, una vez reposados sus ingredientes;  y hay libros que se entienden mejor cuando unos años después de haberlos leídos vuelven a tus manos.

Me pasó la primera vez con "Justine" y de nuevo vuelve a ocurrirme con "La insoportable levedad del ser"

La primera vez que leí ambas novelas era todavía una adolescente y la interpretación y el calado de ambas fue totalmente distinto al que siento años después, con más de mil experiencias vividas, con más de mil personajes nuevos en la tragicomedia de mi vida que encajan mejor o peor en los personajes que lloran y ríen en las páginas de la novela.

La sensación de reencontrarte con estos personajes años después es como la de reencontrarte con un viejo conocido.. ya conoces su destino, pero lo vives de forma distinta, entiendes mejor sus sentimientos, te conmueven más sus actos, en definitiva, lo disfrutas más profundamente.

La oportunidad de ver tus propia evolución a través de esos personajes, de esas situaciones que años atrás te podían resultar incomprensibles, o irreales y que hoy te parecen tan ciertas como la vida es un interesante ejercicio de autoexamen, que con la cercanía de las fiestas navideñas pueden suponer una expiación y propósito de enmienda.



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