Mi tía solía decirme de pequeña " Que Dios te conserve el olfato porque la vista ya la tienes perdida", y cual funesta profecía cada vez veo menos pero oye, el sentido regido por nuestro apéndice nasal mejora a medida que pasan los años.
Esta mañana me encontraba parada en un semáforo cuando un olor dulzón y penetrante comenzó a marearme, inconfundible... no hacia falta que mirase a mi izquierda para saber que tenía a un hombre que se debía haber duchado sin duda en Farenheit, esa infecta colonia de Dior que tan de moda se puso hace unos 20 años y que tuve que sufrir durante casi un lustro ya que mi compañero de al lado en clase ( del que por cierto estaba perdidamente enamorada, a pesar de ser un marciano mas raro que un perro verde que disfrutaba mandándome mensajes extraídos de "American Psico", pero eso es otra historia...) sustituía la ducha diaria por el vertido incontrolado de la susodicha colonia sobre su cuerpo.
A menudo me ha pasado que he tenido que salir de un restaurante o cafetería simplemente porque no podía soportar el olor a fritanga que se respiraba dentro, hubo una época en la que mis compañeros desayunaban en una cafetería que no cumplía ni una de las normas mínimas de higiene y que sin duda debe salir en el diccionario de la lengua al lado de la definición " tugurio", y cada vez que subían cual mofetas oliendo a aceitazo tenía que encender velas de incienso para mitigar la pestaca, así que empezaron a sospechar ellos también que yo era una especia de bruja Lola y me faltaba algún tornillo.
Siempre me he sentido bastante identificada con el protagonista de " El perfume", vale, yo no soy una psicópata ( o no mucho) ni tengo tendencias asesinas ( casi nunca) pero soy capaz de reconocer a las personas por su olor, asociarlas casi siempre con una colonia, y hasta imaginar a veces cuando no puedo olerlas que clase de perfume usan...
La verdad es que pensando un poco sobre ello casi podía haberme conservado Dios la vista...
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