Sin ánimo de parecer míster Scruch debo confesar y confieso que estaba esperando este bendito 7 de enero como agua de Mayo desde hace semanas, y es que aunque algún aventurero indomable manifieste que la rutina es mortal a mi lo que de verdad me mata es este festín interminable de comilonas, fiestas, desajustes horarios, levantarte y no saber si es lunes, si es miércoles, pero que otra vez te toca sarao ya no sabes ni con quien, cuando todavía te duele la cabeza de la borrachera de anoche y tienes el estómago como Papá Noel de hinchado.
Que nadie me malinterprete, me gustan las navidades ( moderadamente) me encanta reencontrarme con personas que ves en contadas ocasiones a lo largo del año, cuando tienes una hermana viviendo fuera y una lista de amigos repartidos por toda la geografía terrestre estas fechas son idóneas para revivir y renovar esos afectos de los que no disfrutas a diario, me encanta el día de reyes, sin lugar a dudas la noche más bonita del año ( excepción aparte de la de mi fiesta de cumpleaños, of course...) y me encanta la ilusión de año nuevo, pensar que tienes 365 hojas en blanco por delante para ir rellenándola de mil vivencias y experiencias nuevas y emocionantes...
Pero todo ello concentrado en dos semanas tipo Gynkana del exceso hace que uno termine hasta el mismísimo moño de todo, y digo yo, ¿ no podíamos celebrar el fin de año el 20 de marzo por ejemplo? vamos, cuando ya hayamos superado un poco la comilona de nochebuena... o que los reyes vengan el 12 de agosto, y nos pillen a todos en chanclas tomando el sol en vez de tener que sufrir otra cabalgata bajo la lluvia, ateridos de fríos y agarrándonos a las escaleras con carámbanos en los dedos.... Es una propuesta, por si cuela...
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